jueves, 24 de noviembre de 2011

El dolor. Es imposible contar el dolor. En principio, porque si se trata de un dolor puro, absoluto, como el que se apoderó de mí cuando vi que mi hija se iba, dejaba la casa llevada por la madre, y al llegar a la esquina se volvía y me saludaba, me decía adiós con la mano, como si aquello que estaba ocurriendo fuera un paseo más... en casos como ése, lo que puede hacerse es contar la escena, narrarla  mejor o peor, incorporar o eliminar detalles; pero la emoción no tiene nombre, carece de palabras. El lenguaje mismo no tiene objeto referencial, aunque exista un vínculo causal entre las palabras y aquello que parecen nombrar; y no lo tiene por dos motivos, el primero, porque las palabras inventan su sistema de relaciones, se autonomizan de la cosa a nombrar, se arman para gustarse a sí mismas, en su sintaxis (que es la moda de las palabras, su frivolidad); y además, porque aun si existiese la posibilidad de arribar a un extremo de realismo, una totalidad en la que relato y hecho coincidieran de tal manera que las palabras pudieran "dar cuenta" de lo ocurrido (no suplantarlo, sino duplicarlo en el universo de la percepción, tanto en tiempo del suceso, como en su estructura íntima, en su complejidad; incluso, si se pudiera abolir la evidencia de que la literatura es un arte de la sucesión y no de la simultaneidad, melodía y no armonía -aunque el sistema de referencias y alusiones pueden tramar la ilusión de una "estructura armónica"); si todo ello fuera posible, aun así, en el momento en que las palabras intentan transcribir los hechos de la manera más estricta y directa posible, despojándose de toda noción de gramática, siendo puro estilo mimetizado, incluso entonces no hacen sino determinarlos de cierta manera, desviarse del acontecimiento. Digamos: el principio de indeterminación de Heisenberg ("a cierto nivel físico, no existe campo de observación neutro: los instrumentos de registro y observación determinan la trayectoria de las moléculas observadas", o algo así). Es por eso que el registro de los hechos de mi dolor asume la apariencia de lo risible. Mi tragedia es ser un autor cómico por aberración de la forma.

De Derrumbe, Daniel Guebel.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Yo estaba a cargo de la operación.
Hacía dos días que teníamos al Capitán de Navío
en un departamento seguro del centro.
No había negociación posible con el enemigo,
el Capitán había sido condenado a muerte
por un tribunal popular.
Únicamente faltaba la directiva final de la conducción.
Llegó a la mañana.
Como dije antes, yo estaba a cargo de la operación
entonces tenía que ejecutar la orden personalmente.
Primero cantamos el Himno y la Marcha.
Como último deseo el detenido pidió
verse la cara en el espejo.
Un solo tiro en la nuca y estaba muerto.
Pero al darlo vuelta me dí cuenta
que no era el Capitán de Navío
sino uno de estos jóvenes narradores actuales
con uniforme de la Marina.
Lo reconocí
porque todavía tenía la misma sonrisa fija que aparece
en la solapa de una de sus más recientes nouvelles.
Aterrado, miré a los compañeros buscando una
explicación. En vez de un oficial
de las fuerzas armadas
habíamos matado a un joven narrador.
Ellos también enseguida se dieron cuenta del error
pero igual festejaban con los fusiles en alto,
por Julio Troxler, gritaban          presente
por Paco Urondo                         presente
por Felipe Vallese                       presente
por la 7 de Mayo                         Gamboa,
basta, este es un amanecer en Concordia,
Entre Ríos, 1991.


Extracto de Punctum, de Martín Gambarotta, un libro del que desde hace bastante quería subir algo, pero la elección se hacía difícil: Es un poemario impecable, entonces el sólo intento de recortarlo me llevaba a pensar en un grandes éxitos de Floyd. Al fin sentí que tenía que subir éste, pero podría haber sido cualquier otro. Hay que leerlo entero!