domingo, 24 de junio de 2012

Un profesor mío que me caía bien decía que la buena narrativa debía reconfortar a quien está alterado y alterar a quien se siente cómodo. Supongo que gran parte del objetivo de la narrativa seria es dar al lector, quien como todos nosotros está en cierto modo aislado en su propio cerebro, acceso imaginativo a otros yos. Dado que una parte ineluctable de ser un yo humano consiste en sufrir, los humanos nos acercamos al arte en parte para tener la experiencia del sufrimiento, una experiencia necesariamente mediatizada, más bien una especie de “generalización” del sufrimiento. ¿Esto tiene sentido? Todos sufrimos a solas en el mundo real; la verdadera empatía es imposible. Pero, si una obra de ficción nos permite identificarnos en la imaginación con el dolor de un personaje, puede ser que también nos sea más fácil concebir que otros se identifiquen con el nuestro. Eso es algo enriquecedor, redentor; interiormente nos sentimos menos solos. Podría ser así de sencillo. Pero ahora pensemos que el arte de la televisión y el cine popular y la mayoría de las formas de arte “inferior” –que no es más que el arte cuyo principal objetivo es ganar dinero- es lucrativo precisamente porque reconoce que el público prefiere un ciento por ciento de placer antes que la realidad, que tiende a ser un 49 por ciento de placer y un 51 por ciento de dolor. En cambio, el arte “serio”, cuya principal finalidad no es sacarte el dinero, es más propenso a incomodarte u obligarte a hacer un esfuerzo para acceder a sus placeres, igual que en la vida real el verdadero placer suele ser fruto del esfuerzo y la incomodidad. Así pues, el gran público, sobre todo el público joven educado para esperar que el arte sea ciento por ciento placentero y que el placer no suponga el menor esfuerzo, le resulta difícil leer y apreciar la narrativa seria. Y eso no es bueno. El problema no es que el lector actual sea tonto, yo no lo veo así. Lo que pasa es que la cultura del arte comercial y la televisión lo ha formado para albergar expectativas perezosas e infantiles. Y eso significa que captar a los lectores actuales, tanto imaginativa como intelectualmente, implica una dificultad sin precedentes.

Palabras de David Foster Wallace, en una entrevista. 1993.

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