domingo, 26 de junio de 2011

Roger Wolfe

DYLAN THOMAS

Dylan Thomas
que se cortó el ojo con una rosa,
al que los periodistas preguntaban
si había leído a Villon,
el loco galés alucinado
con los bolsillos vacíos
y el alma de niño,
bebiendo para olvidar mundo y adultez.


EL VASO

Siéntate
a la mesa.
Bebe un vaso
de agua. Saborea
cada trago.
Y piensa
en todo el tiempo
que has perdido.
El que estás perdiendo.
El tiempo
que te queda por perder.


SOLO

Es como siempre
habías querido
estar
y no podías
hasta que
de repente
lo estás
y entonces
ya no quieres
estar solo
pero claro
quién no quiere
lo que no tiene.


VIVOS ACORDES

La joven violonchelista
de la orquesta
ase el mástil
de su instrumento
con una pulsátil intensidad
que sólo puedo describir como
masturbatoria...

En cuanto a la música,
la verdad es que no sabría qué decir.

SABIDURÍA

Una mujer
que pasa en bicicleta
a las dos de la mañana,
hermosas piernas morenas
bombeando los pedales
mientras la brisa le alza el vestido
y revela
un perfecto milagro
de carne femenina en movimiento.

Nuestros ojos
se cruzan un momento
y ya se ha ido.

Son cosas como ésa
las que te hacen darte cuenta
de lo poco que realmente sabes
de nada.

***

   Soñé que formaba parte de una banda de atracadores a la vieja usanza. Gente decente y con estilo.
   Ocupábamos una vieja casa residencial en una zona suburbana, en un lugar que parecía un cruce entre los Estados Unidos e Inglaterra.
   La casa era de planchas de madera pintadas de blanco.
   Fuera, en el patio ajardinado, teníamos un montón de cajas apiladas, cubiertas con amplias telas de lona y atadas con gruesas sogas pardas como las que se ven en los barcos de vela.
   Llegó la policía. Eran agentes de película muda, con uniformes y cascos como los de los Keystone Cops.
   Tuvimos que ahuecar el ala.
   Más adelante, yo corría por un callejón entre casas rodeadas de cercas de madera. Me paré ante el porche de una de ellas, cuya puerta de entrada estaba entreabierta.
   Subí la escalinata del porche y penetré en la vivienda.
   A un lado, en una minúscula habitación situada a la izquierda del pasillo que atravesaba la planta baja, encontré un tocador con un pequeño espejo ovalado encima. En el tocador ardía una vela de cera roja.
   Dibujos, fotos en blanco y negro y en color y reproducciones de cuadros arrancadas de revistas ilustradas cubrían la pared, colgados de chinchetas.
   Sonaban canciones. Canciones divinas, de un pathos lacerante y angelical.
   Me senté en una vieja mecedora y me lié un cigarrillo.
   El sol se filtraba mansamente por las cortinas.
   Sabía que la policía no tardaría en llegar. Sabía que sabían dónde estaba, y que no era cuestión más que de tiempo.
   Me mecí en la silla, mientras apuraba el cigarrillo, y esperé.

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